¿No te apetece salir de casa para ir de bares o tiendas?, ¿No quieres salir a la calle rodeado de gente?, ¿Te da miedo a contagiarte si sales?…. ya sabes que te van a responder en estos días a estas preguntas: » Tienes el Síndrome de la Cabaña«. Lo escuchas en la radio, lo lees en prensa y los amigos te lo dicen; Pues bien, este fenómeno no existe. Y digo fenómeno, porque según los expertos, no se puede considerar una patología como tal. Quizás, lo más cercano a esto, viene de EE.UU, » cabin fever» ( fiebre de la cabaña) , en el que se describe el caso de personas que sufren síntomas psiquiátricos tras hibernar totalmente aislados en refugios rurales durante el invierno, en mitad de la nada y rodeado de nieve durante meses;.
¿Es lo que nos ha pasado a nosotros? Yo diría que no… Si bien hemos estado confinados en casa hemos podido salir lo imprescindible y gracias a la tecnología, estar en contacto con nuestros seres queridos, incluso en ocasiones, con mayor asiduidad que antes.
Quizás nos hemos acostumbrado a estar en casa; el hogar se ha convertido en cobijo, en espacio protegido y en sinónimo de seguridad. Hemos dejado de ir corriendo a todos lados y estar constantemente acelerados: el trabajo, el gimnasio, quedar con amigos, quedar con familia… algunas obligaciones reales, otras impuestas por nosotros mismos.
A lo mejor no quieres volver a tu vida de antes y tus prioridades han cambiado. Te has dado cuenta de lo que realmente es importante y estas abierto positivamente a esa nueva normalidad, a ese nuevo cambio de vida. Pero, ¿como afrontarlo? Bueno, pues nuestros sueños, nuestras aspiraciones y ambiciones, siguen dependiendo de nosotros.
Volver no significa regresar al mismo punto. Cuando nos recuperamos de una enfermedad grave significa que volvemos a tener salud, no que volvamos a ser quienes éramos, ni que volvamos a hacer lo de antes . Las enfermedades ,y las crisis, nos cambian y es importante aceptarlo y recoger las oportunidades que trae dicho cambio.
También voy a echar de menos la quietud, dejar de correr, el exceso de encuentros, de prisas, de estímulos externos….
La importancia de lo colectivo. Hemos tenido la oportunidad de aportar individualmente . A pesar de nuestra pequeñez, somos capaces de hacer mucho en nuestro pequeño rincón del mundo, en nuestra esfera de influencia. Además de aplaudir, hemos hecho mucho más.
La crisis nos está enseñando que no somos más que una pequeña parte de algo mucho más grande.
Seguir en la esencia. Hemos hecho un viaje a lo más esencial. Cambiamos cafés, comidas rápidas y restaurantes por comida tradicional y recetas olvidadas o nuevas. De compartir fotos de lugares a mostrar fotos de rincones de nuestro hogar. Hemos sido felices teniendo harina y levadura y poder hacer un bizcocho.
Tenemos la oportunidad de no olvidar lo esencial y agradecer los pequeños detalles que conforman una vida.
Bajar la velocidad. Íbamos demasiado deprisa y hemos experimentado a la fuerza como se vive sin correr.
Dedicar un día » slow» a la semana puede ser una buena estrategia para no olvidar lo aprendido.
Planificar menos. El parón nos ha hecho darnos cuenta que los planes solo son cosas escritas en la agenda. Hay que improvisar más. Vivir aquí y ahora.
La vida no es para llevar, es para comer aquí.
Más empatía. El confinamiento ha democratizado la sensación de soledad. Quedan pocas personas en este mundo que no sepan lo que significa sentirse aislado, ansioso, inseguro, en peligro. Y como no podemos desandar el camino andado ni borrar lo vivido, quiero creer que todas estas experiencias podrían volvernos más sensibles al dolor ajeno y aumentar nuestra compasión hacia los demás. Ojalá sigamos así mucho tiempo.
Ahora que hemos abierto los ojos tenemos la oportunidad de ser más empáticos con los demás.
Cultivar la gratitud. Que poco agradecemos. Hemos aplaudido a diario, pero, ¿hemos dado las gracias? ¿o ha sido un gesto social? Me gusta pensar que la mayoría si que lo hemos hecho y hemos agradecido a todos los que han estado en esa primera línea ( sanitarios, personal de farmacia, supermecados, fuerzas de seguridad…) y han estado totalmente expuestos mientras el resto, nos refugiábamos en nuestros hogares. Quiero pensar que hemos salido a comprar, hemos mirado a la cara de esa cajera, o quien nos ha vendido el pan, o a la dependienta de herboristería… y hemos dicho con mascarilla y guantes: GRACIAS.
Pero , y ahora, ¿lo seguimos haciendo por lo que tenemos, por lo que recuperamos o lo hemos olvidamos? Está podría ser un ejemplo de lista :
Gracias por los abrazos, sacar a los niños a pasear, los besos, un café con un buen amigo, las vacaciones, las fiestas de cumpleaños, ir a nadar a la piscina, coger el coche e irse a cualquier parte a pasar el fin de semana, los abuelos de visita en casa, sentarse en un banco público con un buen libro, darse la mano sin miedo, tener una cita, nadar en el mar, correr en compañía, la sensación de júbilo de llegar al fin de semana, un paseo en familia por el campo, los reencuentros de hermanos de padres, de hijos, por las risas….
Como dice la escritora y periodista Arundathi Roy:
“Históricamente las pandemias han forzado a los seres humanos a romper con el pasado y a imaginar su mundo de nuevo, y esta pandemia no es diferente. Es un portal, un puente entre un mundo y el que viene después”. La cuestión es: ¿quiénes queremos ser cuando lleguemos al otro lado?